lunes, 26 de noviembre de 2012

Jueves

No paro de darle vueltas a un tema. Quizás lo he visto con mis propios ojos y por ello, siento seguridad en afirmar que cuando una persona está apunto de irse, cuando está a las puertas de la muerte, lo sabe. Siento que tiene que ser un sentimiento diferente, una sensación que solo aparece en el momento que tiene que aparecer. Pienso mucho en aquella tarde en la que una de las personas más acojonantes que ha pasado por mi vida me lo demostraba. Era su momento y quiso decírmelo. 






Una mente inquieta y un nerviosismo generado por la situación, hacían que ese día no fuera como todos los demás. Movimientos rápidos de piernas, querer visualizar todo en una sola mirada y gritos. Gritos de molestia, de dolor, de despedida. Era una sensación de mirar a alguien que, en cierto modo, siente la necesidad de irse. Alguien fuerte que de repente, decide abandonar. Apostaría que sabía todo lo que le estaba sucediendo y no podía soportar la sensación de ser una carga. Era jueves.






El calor se impregnaba en las ventanas de, probablemente, el hospital más depresivo en el que he estado nunca. Las actitudes del personal fardaban de bipolaridad y te hacían sentirte débil. Suerte que destacaban personalidades maravillosas que cogían esa debilidad y te daban un empujón hacía la fuerza. Como digo, siento que las personas somos conscientes en el último momento de que no habrá más oportunidades. Me lo demostró. Cogiéndome la mano, dándole cinco besos y terminando con el gesto de la cruz, se despidió. Un adiós especial que separó físicamente a una admiración y a un amor que nunca dejaré de sentir. 










miércoles, 7 de noviembre de 2012

Pasan los días

Es acojonante como las personas se adaptan a una serie de circunstancias que nunca pensarían que podrían superarlas. Acostumbrados a tener una vida tranquila, sin sobresaltos, cuesta toparse con la realidad teniendo que sacar una fuerza abrumadora que será la clave para que no decaigas en ningún momento. 

La rutina se creó en un día a día manchado de sufrimiento y bañado de esperanza. Un sufrimiento que iba quemando las ilusiones pero que estaba lejos de abandonar la fe. A diario las noticias necesarias para saber que todo iba en marcha eran el motor que movía nuestras fuerzas. Unas pilas cargadas que a mediados de mes estaban restando energía. 


 Noches en las que caías entre tus sábanas derrotada, sudada, desesperada, quizás inquieta, esperando la llamada del hospital anunciando la llegada de un órgano que cambiaría nuestras vidas. Imaginábamos nuestra vida renovada, volviendo a nuestra ciudad natal con una nueva oportunidad, necesitábamos imaginarnos todo aquello para no tirar la toalla. Los días allí eran dolor y molestia. Eran lucha tras lucha. Eran días en los que apostábamos de manera macabra que los accidentes de tráfico aumentasen. Suena mal decirlo, quizás suene peor decir que lo deseábamos. Es duro necesitar la muerte de una persona para salvar la vida de otra, pero cuando ves que una de las personas más importantes de tu vida está a un paso de irse o de quedarse, no deseas otra cosa. 

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